Preliminares de una Historia

La tónica de la investigación de los aspectos históricos del diseño industrial en Venezuela ha sido la fragmentación. El diseño gráfico sobresale y minimiza a su primo hermano industrial, en un país cuya principal actividad económica ha sido predominantemente extractiva. El contexto venezolano ha sido determinado por “un” producto dominante en determinados períodos: el cacao durante el siglo XVIII, el reinado del café en el XIX y la explotación petrolera que ha signado el siglo XX.

Por lo tanto no es descabellado estudiar el rezago del diseño industrial tomando en cuenta el contexto general de un país que en vez de considerarse monoproductor, debería concebirse como “monoexplotador” de un recurso natural no renovable que fortuitamente enriquece el subsuelo… Qué haríamos, sin el “jugo de la tierra” [1]. Otros rasgos determinantes son la poca capacidad para desarrollar tecnologías propias, lo cual ha favorecido la importación de las mismas y la actitud de un empresariado privado quizás miope, temeroso, o de repente ignorante de la existencia de un recurso humano formado en el país que pudiera insertarse en su proceso productivo.

La pesquisa de diseñadores industriales y de los artefactos producidos en nuestro país se convierte en un asunto fangoso, tomando en cuenta la dispersión de los egresados de los institutos que cursaron esta carrera, el hermetismo del empresario, el casi inexistente registro documental y la ironía: ¿para qué buscar diseño industrial en un país sin industria fabril?

Planteadas dichas condiciones, es posible decir que la tarea ha sido fragmentaria, encontrando piezas desperdigadas por aquí y por allá para armar una historia que se ha convertido en un auténtico rompecabezas.

Cuestión de Identidad

La mecedora de Klaus Müller, fabricada artesanalmente en Paria, une maderas venezolanas y tejidos hechos por manos indígenas. Foto: Dany Manzanares
La mecedora de Klaus Müller, fabricada artesanalmente
en Paria, une maderas venezolanas y tejidos hechos
por manos indígenas. Foto: Dany Manzanares
La palabra identidad deriva del latín idem, que significa “lo mismo”, y de esta manera alude oposicionalmente a “lo diferente” o “lo otro” [2]. La identidad es un tema abordado por antropólogos, sociólogos y estudiosos de los fenómenos culturales en general, y usualmente es reducido en Latinoamérica a lo étnico y a las tradiciones populares.

Según Daniel Mato, las identidades son “producto de procesos sociales de construcción simbólica (…) son producto de acciones sociales y no de fenómenos naturales, ni tampoco reflejo de las condiciones materiales (…) y se construyen a partir de la lucha entre distintos actores por promover sus representaciones” [3].

“El trabajo de crear una cultura es una actividad permanente y relativamente inconsciente de toda sociedad, la cual resulta conflictiva debido a que diversos actores sociales compiten por imponer sus propias representaciones simbólicas. Dichos estudios permiten señalar que los actores más relevantes son: gobierno, medios de difusión masiva, movimientos políticos y sociales de diverso tipo y escala, líderes sociales, intelectuales, artistas y académicos, y que las maneras más prominentes en las cuales estos actores permiten su representaciones son: políticas, programas de educación y cultura, símbolos, ceremonias y discursos, presentaciones, exposiciones y festivales, promoción de ‘patrimonios culturales’, investigación y publicaciones en las historias y ciencias sociales, ‘literatura’ y otras publicaciones” [4].

Si tomamos en cuenta al diseño industrial desde la perspectiva cultural, en cuanto a disciplina proyectual para la producción de objetos (cultura material), podemos apreciarlo desde el punto de vista de la identidad, pescando los rasgos propios de la venezolanidad.

En el siglo XIX se produjo un proceso de conformación de la identidad venezolana, entendida como “caraqueñidad”, difundida como ideología oficial del Estado. En la siguiente centuria se produce el rechazo a la regionalidad o “provincianismo”, como rémora que impedía salto al progreso [5]. Después de la muerte del presidente Juan Vicente Gómez en el año 1936, los mandatarios que lo sucedieron, Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita, colocaron las bases de la democracia nacional sobre los hombros del discurso modernizador y centralizado en Caracas.

Butaca «Pampatar», diseñada por Miguel Arroyo en 1953.
Foto tomada de catálogo de Sala TAC
Estas ideas dieron pie a la bárbara transformación urbanística acometida en Caracas desde la década del cuarenta, pero que tuvo su apogeo durante los años cincuenta y sesenta. La capital se modernizó y creció, convirtiéndose en un imán que atrajo hacia sí un cúmulo poblacional que abandonó el campo para buscar trabajo y asentarse en “la ciudad”.

La década de los cincuenta fue momento de bonanza petrolera heredada del gobierno democrático del presidente Rómulo Gallegos, quien apenas doce días antes de su derrocamiento en 1948, firmó el ejecútese dela Ley de Impuesto sobre la Renta que consagraba el principio de repartición 50-50 de las ganancias petroleras, entre las transnacionales y el Estado. Esto significó para Venezuela por primera vez hasta ese entonces, la obtención de cuantiosos ingresos por la explotación de su subsuelo. Estas ganancias se evidenciaron en las realizaciones materiales del gobierno dictatorial que tuvo lugar entre 1948 y 1958, el cual se asentó en el llamado Nuevo Ideal Nacional (NIN), donde se le imprimió importancia a la modernización positivista del país, en donde la cultura y la ciencia fueron particularmente valorizadas.

La cultura era entendida “como la amplia formación intelectual de conocimientos adquiridos y procesados en los diversos campos del saber, la cual debía corresponderse con un alto nivel de instrucción formal. Posee una visión eurocéntrica, de acuerdo a la cual los países latinoamericanos deben verse en el de la ‘Cultura Europea’ y extraer de él nociones para su propio proceso” [6].

Esta admiración por Europa, como pueblo que logró levantar bases para el progreso, fundamentó en parte un proceso de inmigración selectiva, donde se privilegió la entrada de españoles, portugueses e italianos, principalmente.

El 23 de enero de 1958 se quebrantó la dictadura y se iniciaron los tiempos democráticos. En Venezuela se había iniciado la modernización del entorno físico, arrasando cerros y construyendo edificios, autopistas, distribuidores viales, puentes, hospitales, escuelas, aeropuertos, etc.. La búsqueda del “progreso” ha quedado inscrita en el inconsciente colectivo nacional, al igual como la admiración por pueblos considerados ejemplos de desarrollo, como Estados Unidos, al cual nos ha ligado el interés por el petróleo.

De la mano de la arquitectura

El afán por diseñar objetos en Venezuela nace de la mano de los arquitectos. Antes de la primera promoción de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela, egresada en 1949, la construcción era acometida por los ingenieros y la producción objetual estaba en manos de artesanos que dominaban las técnicas para “hacer” artefactos cuyas formas se caracterizaban por seguir un patrón repetitivo y limitarse a cumplir la función para la cual eran creados.

Se aprecia durante la primera mitad del siglo XX, una producción objetual limitada y de aspecto rudimentario. En el caso del mobiliario, los carpinteros y ebanistas, generalmente de origen español, eran maestros que dominaban el trabajo en madera, pero creaban unas butacas de un estilo colonial cónsono con la Venezuela “atrasada”, cuyas riendas de poder estaban aferradas por el presidente Juan Vicente Gómez.

Pues bien, ya mencionamos que después de 1936 se generó la chispa modernizadora, expresada materialmente en las construcciones públicas. Esta ola impulsó la creación de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela, dentro de la Facultad de Ciencias Matemáticas (Ingeniería). La primera promoción, compuesta por 11 graduandos, egresó en el año 1949, y fue formada por maestros como Carlos Raúl Villanueva, Luis Malaussena, Cipriano Domínguez y Luis Eduardo Chataing.

Para ese primer grupo de  arquitectos que estudiaron en el país, les fue difícil al principio integrarse a los proyectos de ingeniería, pero el volumen de proyectos impulsados por el Estado, permitió abrirles la oportunidad de trabajar en conjunto con los ingenieros en el ámbito de la construcción en sí, sino de extender ampliamente su campo de acción a los objetos, siguiendo la escuela de Frank Lloyd Wright.

Esa es la razón por la que las primeras piezas de diseño tridimensional venezolano salieron de las destrezas y las ganas de estos primeros arquitectos, en forma de mobiliario para equipar oficinas públicas y privadas, así como para residencias particulares, en un estilo moderno, contrapuesto a la tradición colonial.

De este período resalta la importación de los primeros muebles de diseño escandinavo e italiano, los cuales se presentaban como manifestación de un estilo de vida moderno. De esa forma se enterraban las butacas coloniales como símbolo de atraso.

2_años 50 Zitman_sillaEn 1954 se crea Tepuy Compañía Técnica C.A. –TECOTECA-, para la cual Cornelis Zitman diseñó muebles principalmente en madera. Zitman fue socio de esta compañía que llegó a tener una fábrica con un catálogo de modelos y tiendas abiertas en Caracas, Valencia y Maracaibo, pero con la caída de la dictadura, se vió obligada a cerrar las puertas.

También en 1954 abrió sus puertas Compañía Anónima Puente Yanes (CAPUY), inicialmente importadora, pero que a partir de 1965 inicia la fabricación nacional con inspiración en las líneas danesas.

De la experiencia de Tecoteca, Zitman señala que pese a haber tenido una sustanciosa cartera de clientes y un amplio catálogo, sus productos no podían competir a nivel de costos con los importados, por lo que su idea de crear un mobiliario “que pudieran adquirir nuestros obreros” [7], no fue posible.

Los muebles de Tecoteca fueron principalmente consumidos por una emergente clase media, conformada principalmente por profesionales con un buen nivel de ingresos para ese entonces, que podían viajar y tener acceso a información proveniente de otras latitudes, principalmente de Europa y Estados Unidos, justo el ideal promovido a nivel ideológico desde el gobierno.

 La Era del plástico y la fibra de vidrio

La democracia instaurada después de 1958 continuó la política del concreto, la mezcladora y el buldózer. Otro aspecto interesante es que se retoman las políticas nacionalistas de 1945-48 en el ámbito petrolero, ubicándose la participación venezolana en las ganancias en una proporción 60-40, generando así la indignación de las trasnacionales y la bonanza económica.

Este cáliz que entra en el terreno de la artesanía artística lo hizo Argenis Madriz, primer venezolano que estudió  diseño industrial y primer director del IDD.
Este cáliz que entra en el terreno de la artesanía artística
lo hizo Argenis Madriz, primer venezolano que estudió
 diseño industrial y primer director del IDD.

 

En 1964 es fundado el Instituto Neumann-Ince, para el cual el empresario –y visionario- Hans Neumann invita como director a Argenis Madriz, quien se hallaba en aquel entonces en los Estados Unidos, donde se formó como diseñador industrial gracias a una beca gubernamental.

Hay que subrayar que Madriz fue el primer diseñador industrial venezolano formado como tal, y regresó a Venezuela a asumir la creación de este instituto cuyo proyecto inicial lo concebía como un centro de formación de diseñadores industriales, pero la realidad de la industria venezolana de aquel entonces lo llevó a dirigirse hacia lo gráfico.

El Instituto Neumann-Ince tuvo talleres para la creación de prototipos hasta la desaparición definitiva de la mención Tridimensional en 1978. Desafortunadamente, no pudo integrarse a la industria nacional, quedando como muestras del trabajo, algunos objetos elaborados semiartesanalmente y prototipos. Los principales materiales empleados, metal, plástico, fibra de vidrio.

De las décadas de los sesenta y setenta es posible rastrear a través de los caminos de la arquitectura, diseños puntuales para el equipamiento en el área de la construcción y el mobiliario urbano, principalmente en plástico y fibra de vidrio.

Por ejemplo, el arquitecto Carlos Vicente Fabbiani, quien fue profesor en el Instituto Neumann, diseñó las escaleras y las duchas de Parque Central en fibra de vidrio, un material que se exploró en diferentes proyectos. Con el instituto de diseño, fue el promotor de la creación de un molde de ala para un avión ultraliviano de tracción sanguínea humana. El proceso de este proyecto lo hizo en conjunto con los alumnos, siguiendo los parámetros exigidos en un concurso internacional en el que participaron. Este proyecto fue duramente criticado en su momento y desvirtuado históricamente, quedando como consecuencia la mala fama del Instituto Neumann, como una escuela separada de la realidad contextual venezolana.

Si hablamos de productos diseñados y fabricados en el país, Volarquete es una muestra, producido por Corveplast entre los años 1975 y 1976. Esta empresa, cuyo dueño era Enrique Puig Corvette, contrató al joven egresado del Instituto Neumann, Leonel Vera, quien diseñó no solamente este juguete, sino también el empaque y su gráfica.

Corveplast tenía en aquel entonces la patente del plástico corrugado, material en el que fue concebido este pequeño aeroplano. Relata Vera que esta iniciativa estuvo enmarcada en el período de sustitución de importaciones, pero no resultó exitosa, ya que aún siendo elaborada en un material relativamente barato, su precio de venta al público no pudo competir con los elaboradísimos aviones fabricados por las grandes empresas jugueteras internacionales, los cuales se importaban en grandes cantidades en la Venezuela del “ta’ barato, dame dos”. El Volarquete se comercializó a través de los Almacenes Militares, y fue una iniciativa absolutamente nacional.

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